Un bebé, una anciana y el espíritu de la Navidad.

DESDE MI DESPACHO

Reflexiones Desde Mi Despacho

Por Isabel Leñero

Ahora que en las grandes ciudades se han encendido las luces navideñas, que el brillo de las leds ciega nuestros ojos, que no dejamos de mirar hacia arriba un espectáculo de luz que no permite ver las estrellas, me pregunto por qué tanto alboroto, ¿qué celebramos?

Me contaba un misionero que había estado en Asia, que la Navidad se celebra en todo el mundo, incluso en china, y aunque en esos países no saben quién es Jesús, las ciudades se alumbran con destellos espectaculares, con bolas, estrellas, y formas geométricas que dejan deslumbrados a todo el que las mira.

Y es que los humanos buscamos algo más, algo fantástico, algo que brille y nos trascienda, una luz que nos llene de emoción y alegría.

Sin embargo, creo que  miramos al sitio equivocado. La emoción que nos producen las luces y el ruido son momentáneas, pero no llenan…será que la luz que esperamos no es esa.

Ayer bajé la mirada, la aparté del móvil y me fijé en mi alrededor, a ver si encontraba lo que estaba buscando.

En un salón de belleza abarrotado, donde el ruido y cháchara eran ensordecedores, donde cada una se miraba en el espejo buscando ser más hermosa, entró un bebé con su madre. De pronto todo se silenció, todas las miradas buscaban al niño: peluqueras, clientes, limpiadoras, hasta la dueña del local. Y nos quedamos todos embobados con su sonrisa. El niño era ajeno a la expectación que causaba. Él sólo miraba a su mamá. Era imposible apartar la mirada de aquel bebé. Nadie podía. Vi como la gente sonreía de una forma especial: franca, sincera, tierna. Nos costaba dejar de mirarlo. Todos salimos renovados con esa mirada: Era la esencia de la VIDA y la PUREZA. El corazón se nos desbordaba de felicidad.

Cuando salí a la calle me preguntaba cómo era posible que observar a un bebé produjera semejante efecto en todos nosotros….

Caminaba alegre, mirando a derecha y a izquierda, cuando contemple un segundo destello.

Hay en Huelva una persona que pide en la calle con un cartel que dice: “ SOY PASTOR DE OVEJAS”.

El chico lleva años en el mismo lugar, mendigando y pidiendo trabajo al mismo tiempo. Es portugués. A esto, se le acerca una señora mayor, que bajaba del portal de su casa en el centro de la ciudad, con su bata de guatiné y las zapatillas de andar por casa. Traía una bolsa con una fiambrera. Se acercó al muchacho y le dijo: “Te dije que hoy te preparaba potaje de habichuelas” Me emocioné. Era demasiado hermoso.

Puede que veamos a alguien pidiendo y le demos una moneda, incluso puede que le regalemos una sonrisa al pasar, pero eso de prepararle a un mendigo un potaje es algo que supera todo que se puede esperar de cualquiera: supone ternura, supone mirar al otro a los ojos, supone amor incondicional, supone derribar todas las barreras que separan a los seres humanos.

De pronto, mis ojos y mi corazón brillaban, no por el destello de las luces de Neón, no por las decoraciones de Navidad, no por el esplendor de los escaparates, sino por la luz que dejaron en mi corazón un bebé y una anciana, luz que todavía brilla.

 Solo hizo falta dirigir mi mirada al sitio adecuado.

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