LA LLUVIA PROTAGONISTA DEL VIERNES SANTO EN BEAS.

BEAS SEMANA SANTA TRADICIONES

El Viernes Santo amaneció con el alma puesta en la calle y el corazón en vilo. La Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Amargura, Señor de Clarines y María Santísima de los Dolores abría la jornada con su tradicional salida matinal, una de las más esperadas del día. Sin embargo, la amenaza persistente del cielo gris acabó por imponerse, obligando a la cofradía a recogerse antes de lo previsto. El día terminó como empezó: con emoción, fe… y la lluvia truncando el paso solemne del Santo Entierro.

La Amargura, una luz en la mañana

A primera hora, el pueblo despertaba con el murmullo de las promesas y el roce de los cirios. Nuestro Padre Jesús de la Amargura, conocido por todos como el Señor de Clarines, rompía la madrugada con su paso firme y sereno, seguido por María Santísima de los Dolores, cuya mirada doliente parecía abrazar cada rincón del recorrido.

El incienso se mezclaba con el aire frío, mientras los nazarenos abrían paso por calles empedradas de fervor. Las oraciones brotaban desde los balcones como suspiros del alma. Pero pronto, las nubes en su mitad de recorrido comenzaron a tensar el cielo. Cuando las primeras gotas cayeron, la Hermandad, en una muestra de responsabilidad y dolor contenido, decidió regresar al templo. Fue una retirada digna, envuelta en aplausos y lágrimas. Una estación de penitencia interrumpida por la lluvia, pero cumplida con el corazón.

El Santo Entierro: promesa de recogimiento truncada

La noche traía consigo la solemnidad más profunda. La procesión del Santo Entierro, una de las más simbólicas de nuestra Semana Santa, estaba lista para recorrer la ciudad en silencio, envuelta en crespones de duelo. El cortejo, acompañado por las imágenes alegóricas de la Fe, María Magdalena, las Tres Marías,etc, y la siempre conmovedora Verónica, prometía una noche de reflexión y recogimiento.

El Señor Yacente, imagen central del desfile procesional, parecía dormir el sueño eterno entre un mar de cirios y mantillas negras. La música, fúnebre y contenida, ponía el pulso de un pueblo que aguardaba entre la oscuridad y el rezo.

Pero, una vez más, el cielo se tornó en enemigo. Apenas iniciado el recorrido, cuando aún resonaban los primeros compases y las andas recien habían tomado del todo la calle, la lluvia hizo acto de presencia. La decisión fue inmediata: vuelta al templo. Una procesión que no pudo ser, pero que dejó tras de sí el eco de lo que habría sido una noche inolvidable.

Las imágenes, entre ellas la emblemática Verónica con el paño del rostro de Cristo, regresaron envueltas en respeto. No hubo más sonido que un trio de capillas y el andar de sus jóvenes costaleros, ni más luz que la tenue de los cirios reflejados en los charcos del adoquinado.

Un Viernes Santo pasado por agua, pero lleno de fe

El Viernes Santo de este año quedará en la memoria por lo que el cielo no dejó recorrer, pero también por la dignidad y entereza con la que ambas hermandades respondieron ante la adversidad. La Amargura por la mañana y el Santo Entierro por la noche nos recordaron que, aunque el paso sea breve, la fe no se mide en metros ni en horas.

El incienso se disolvió entre la lluvia, pero la devoción quedó intacta. Porque incluso cuando el tiempo detiene la procesión, la Semana Santa continúa latiendo en el alma de su gente.

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